Ryszard Kapuscinski o la capacidad de revelar el mundo en una gota de agua

Hace un año que el más privilegiado ejemplo del buen periodismo cerró sus ojos para siempre. Tenía 74 años. Su nombre, Ryszard Kapuscinski. O si se prefiere, Ricardo Kapuscinski; polaco de nacimiento. Un nombre que tal vez diga poco a las nuevas generaciones que desean al periodismo como profesión.
Había nacido en marzo de 1932; en plena época de cambios políticos y luchas sociales que habrían de afectar al mundo para siempre. En enero de aquel año, por ejemplo, en Honduras se declaró la ley marcial para detener la revuelta de los trabajadores de la banana, despedidos por la United Fruit Company. Sí, la misma que viste y calza (y con el mismo antecedente) en la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
En aquella época tampoco era extraño enterarse de que el abogado Mahatma Gandhi, de 63 años, había sido arrestado otra vez en la India, por sembrar la esperanza de que su gente no sufra más discriminaciones raciales.
En febrero de 1932, Adolfo Hitler se presentaba ante la Alemania derrotada de la Primera Guerra Mundial, como candidato a la presidencia de la República, por el Partido Nacionalsocialista.
En efecto: el mundo se encontraba en la antesala de grandes cambios; cambios que luego él, siendo apenas un niño de siete años, los habría de sentir en carne propia, cuando de la mano de su familia –y sin saber en qué dirección– tuvo que dejar Pinsk, la ciudad donde había nacido, en busca de mejores días.
“Es noche cerrada y tengo mucho sueño”, escribe “pero no se me permite dormir: tenemos que irnos, huir. Ignoro adónde pero comprendo que la huida se ha convertido en una necesidad perentoria, incluso en una nueva forma de vida, pues huye todo el mundo (…)”.
La Alemania nazi acaba de invadir Polonia. La Segunda Guerra Mundial ya está ante las puertas del país. Kapuscinski fue testigo, entonces, de “cómo saltan por los aires racimos de tierra gigantescos”. Y él, con su natural curiosidad de niño, quiere ir al encuentro de ese estruendo terrible, que después aprendería a llamarlo bomba. Pero el brazo de su madre lo detiene tumbándolo al suelo: “no te muevas”, le advierte. Y mientras lo apresa contra su pecho, le dice: “Ahí está la muerte, hijo”.
Este hecho marcó para siempre la percepción del mundo en Ryszard Kapuscinski. A sus 19 años, graduado en Historia por la Universidad de Varsovia, y famoso por su habilidad de poeta, empezó a trabajar como reportero.
Sólo así, y con el paso de los años, cultivó en su trabajo la imagen de un periodismo posible para estos tiempos: narrar los hechos desde la boca y los ojos de la propia gente; nunca desde aquellos que se creen dueños de nuestras decisiones de pueblo.
Un periodismo más humano
Ése uno de los muchos legados que nos dejó: hacer que la persona humana se convierta en lo más importante de nuestra reflexión y nuestra visión de mundo; es decir, un periodismo humilde, capaz de decirnos qué ocurre con aquellas personas cuya situación –por lo general– los grandes medios y las agencias de prensa, la ven como un simple número.
Pero Kapuscinski se ha encargado también de dejarnos las claves para seguir su ejemplo. Basta con que revisemos sus libros o las entrevistas y charlas que concedió, y caeremos en la cuenta de “que trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente”.
Así, cada que asistimos a cualquiera de sus experiencias, nos da la impresión sobrecogedora de que descubrimos el mundo y nos asombramos de él, como si fuera la primera vez.
Por ejemplo, cuando estalló la guerra civil en Angola, a causa de la proclamación de su independencia en 1975, dice: “En estos días se registran muchas defunciones, porque el miedo, la desesperación y las frustraciones no cesan de cavar tumbas”.
Una imagen no vale mil palabras
Kapuscinsky ha logrado casi la perfección en toda su obra, gracias a su sinceridad. Se siente eso a través de su palabra, porque no utiliza un lenguaje rebuscado; ni se inventa palabras ajenas y complicadas a nuestra realidad; al contrario, con su sencillez, su capacidad de observación y certeza apela a que reparemos por un instante en cómo vemos el mundo que nos rodea.
Pero a su juicio, gran parte del periodismo se apoya en la equivocada idea de que “ver” es lo mismo que “entender”: “la creciente cantidad de imágenes que nos atacan constantemente limita la relación con la palabra hablada y escrita y, por consiguiente, el dominio del pensamiento”.
Su estrategia consiste en llevar a sus lectores a dónde él se encuentra. En castellano, empatía. A través de sus ojos, aprendemos a captar todo lo que nos rodea: voces, rostros, sonidos, aromas, ambiente, colores, expresiones, temperatura y sensaciones.
Esta labor le ha enseñado a comprender que “el periodista no puede ubicarse por encima de aquellos con quienes va a trabajar; al contrario, debe ser un par, uno más, alguien como esos otros, para poder acercarse, comprender y luego expresar sus expectativas y esperanzas”.
El reportaje en persona
El escritor Gabriel García Márquez, luego de haber asistido a un taller sobre crónica periodística que Kapuscinsky ofreció en la ciudad de México, del 6 al 9 de marzo de 2001, se levantó de su silla muy contento, y con un arranque natural, como es su costumbre, lo llamó “Maestro” delante de los demás periodistas.
Aquel día, supo el Nóbel que ese hombre conversador, sensible, bajo de estatura, de semblante alegre, tímido, canoso y algo calvo, era la viva imagen del Reportaje. Ese periodista polaco (cinco años menor que él) –y ahora su aliado y gran amigo– había sido la persona cuyo trabajo tanto estuvo buscando.
En efecto: Kapuscinsky cubrió en América Latina, África y Asia muchas revoluciones y golpes de Estado. Y los plasmó en veintiún libros. Pocos han sido traducidos al español, pero los suficientes como para que su autor no pase desapercibido ante los ojos del Nóbel, quien advirtió en la prosa de su colega una dimensión universal, capaz de conmover hasta las mismas piedras.
He ahí la fuerza de Kapuscinsky: un periodismo de verdad; un periodismo que deberíamos asumir como una misión, nunca como una obligación. Sólo así, este hombre que ha muerto de muerte natural, sonreirá con nosotros.
Foto: www.elpais.com
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